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La Peña, cuna de anguleros

  • Lorea Reyes
  • 2 dic 2016
  • 4 Min. de lectura

El barrio es un lugar estratégico por juntarse el agua dulce con la salada y por tener presas que impiden la subida de las angulas

La ría al paso del puente de Miraflores. Foto: Adiran Gómez

El 15 de noviembre comenzó la temporada de angulas en Euskadi hasta el 31 de enero, un manjar que el barrio de La Peña conoce de primera mano. Su situación estratégica ha permitido durante décadas pescar cada noche kilos y kilos de crías de anguila.

Actualmente y debido a las licencias de pesca obligatorias, el número de anguleros ha disminuido, aunque la técnica sigue siendo la misma. El secreto para una buena jornada, tal y como cuentan pescadores de la zona, es que haya luna nueva, viento sur y mareas que no sean muy vivas.

Existen dos técnicas para pescar angulas: en embarcación, como hacía Jose Ramón Oraá 'El Moro' durante los años 1970, 80 y 90, o desde tierra, como Eduardo Pérez en los años 1990 y 2000, dos veteranos de la ría. Ambos han pasado largas noches a la intemperie fruto de una afición que surgió cuando eran muy pequeños.

“Con una embarcación se puede hacer por arrastre o buscando una buena pared que haga un parapeto. Para mi, es mejor hacer desde embarcación porque no hay que andar buscando el sitio, se coge y nos permite movernos de aquí para allí, en cambio el de tierra tiene que estar siempre en un sitio”, explica El Moro, que bajaba a la ría con los anguleros desde los 3 tres años.

Eduardo, por su parte, empezó con 14 años y un cedazo -imagen a la derecha- en la orilla, debajo del puente de Miraflores. Más adelante, cambió el cedazo por la bañera, “que es igual pero mucho más grande y con cuerda”, lo que le permitía pescar desde la carretera. Después de las riadas de 1983, Eduardo reconstruyó el harresi del ‘chorizo’, llamado así

Cedazo con el que se pesca angulas. Foto: José Ramón Oraá

por ser el primer muro de esta zona y "robar" las angulas que entraban. “Tenia casi 9 metros de largo y nos plantábamos prácticamente en mitad de la ría”, recuerda.

Como ellos, decenas de chavales del barrio salían a las noches, durante las décadas de los 70, 80 y 90, en busca de este pequeño pescado. Solo los más hábiles eran capaces de sacar grandes cantidades. “Yo lo máximo que he llegado a coger son 7 kilos, pero había gente que sacaba más”, cuenta Eduardo. Esa gente a la que se refiere es El Moro, quien alardea de haber pescado en noches de mareas entre 30 y 35 kilos durante la década de los 80.

La Peña es un lugar estratégico por ser el punto donde el agua dulce del río se junta con el de la ría. “Las angulas vienen en una bola y hasta que no tocan el agua dulce, no se dispersan”, detalla Eduardo. La angula comienza su travesía en el mar de los Argazos en busca de agua dulce para reproducirse y después volver a su lugar de origen. La Peña es la última parada porque se encuentran con la presa que impide seguir subiendo”, comenta El Moro.

Actualmente, el número de angulas ha disminuido y las anguilas están protegidas por la legislación europea, por lo que pescar este pez precisa de una licencia renovada cada año. Ese descenso, según expertos, viene dado por la construcción de un espigón en el superpuerto que cambió las corrientes de agua dirigiéndolas hacia Francia, y con ellas, a las angulas, que se guían por las corrientes. Si bien esta especie va a menos, otras se están haciendo lugar en las aguas del Ibaizabal. “Ahora se ven rodaballos, lubinas e incluso mubles, algo que nunca ha habido”, menciona El Moro.

Casi millonarias

Las primeras angulas de la temporada en Asturias se vendieron a 5.500 euros el kilo, un precio que supera con creces los de finales del siglo pasado. “Hay que reconocer que es un producto excelente y que el precio lo marca el mercado”, asegura El Moro, que vendía sus angulas por 500 pesetas (3 euros) el kilo en los años 1980.

Las angulas no son, precisamente, fáciles de cocinar. Aunque cada maestrillo tiene su librillo, El Moro y su familia tiene su propia técnica. “Lo primero tienen que estar secas, sin babas, pero vivas. Después se les da muchas aguas para limpiar la suciedad de la ría y se utiliza tabaco para matarlas”, rebela. Acto seguido, se cuecen. “Cuando estén cocinadas se extienden sobre un paño de algodón blanco para que pierda la humedad, y se las enfría, bien abanicando con un cartón o con un ventilador”.

Una vez hecho este proceso, conviene dejarlas reposar 24 horas para que pierda la humedad restante, “porque si no compramos agua a precio de angulas” añade.

Por último, se comen con ajo, guindilla y aceite de oliva en una cazuela de barro, receta clásica que los vascos introdujeron hace un siglo.

 

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